¿QUÉ ES LA DELEGACIÓN DE APOSTOLADO SEGLAR?
La Delegación es ante todo un lugar de encuentro de los diferentes Movimientos, Asociaciones y laicos no asociados.
Como organismo de la Iglesia Diocesana es la encargada de transmitir, difundir y llevar a la práctica las orientaciones que nuestro Obispo encomiende en el campo del Apostolado Seglar. A la vez será transmisora del sentir y de la realidad de nuestro laicado diocesano.
¿CUÁL ES SU MISIÓN?
- Coordinar, animar y fomentar el Apostolado Seglar en la diócesis.
- Ser cauce de mediación que abra puertas a las necesidades de los movimientos, asociaciones y laicos no asociados en el conjunto de la diócesis.
- Promover la espiritualidad y formación del laico. Necesitamos cristianos que desde una espiritualidad y formación sean capaces de dar razón de su fe ante los desafíos de nuestro mundo.
- Impulsar la coordinación y estructuración del laicado no organizado.
- Iluminar, orientar y discernir los campos prioritarios de acción apostólica de los seglares a la luz de las orientaciones del Plan Pastoral.
- Ser espacio de diálogo, que ayude a profundizar en los grandes retos que la sociedad y la Nueva Evangelización plantean a la Iglesia.
- Ser lugar de encuentro, acogida, escucha, donde se favorezca el intercambio de las diversas experiencias asociativas, se fomente la unidad y la fraternidad, se anime y se motive para la tarea misionera en el mundo.
- Colaborar con las demás Delegaciones diocesanas y las Vicarías, en tareas comunes y en aquellas que se solicite nuestra participación.
¿DÓNDE REALIZAR TODO ELLO?
Los cristianos laicos vivimos en el mundo y es ahí donde tenemos nuestra misión, que sigue siendo la misión primaria y fundamental de la Iglesia; anunciar a todos los hombres el amor de Dios manifestado en Cristo y comunicado por el Espíritu Santo. Todo ello en nuestros ambientes, trabajo, educación, cultura, política, artes, economía…
Debemos ser laicos activos y protagonistas de nuestra sociedad, sin miedo.
«Los fieles laicos, juntamente con los sacerdotes, religiosos y religiosas, constituyen el único Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo. El ser miembros de la Iglesia no suprime el hecho de que cada cristiano sea un ser «único e irrepetible», sino que garantiza y promueve el sentido más profundo de su unicidad e irrepetibilidad, en cuanto fuente de variedad y de riqueza para toda la Iglesia. En tal sentido, Dios llama a cada uno en Cristo por su nombre propio e inconfundible. El llamamiento del Señor :»Id también vosotros a mi viña», se dirige a cada uno personalmente; y entonces resuena de este modo en la conciencia:»¡Ven también tú a mi viña!». (Juan Pablo II, Christifideles Laici, 28)